Bathory Crest

Bathory Site FAQ
Countess Facts
Black-on-White
Past Announcements

Portrait 1600
Who Is Real?
Photos 1992 More
Photos 2001 More
Photos 2004 More
Panorama 1992
Use Limits

Cologne Journal
Original Scenario
Codrescu Scenario
Journals 1992 2001
Journal 2004 (PDF)

Bibliography
Miller: E. & Dracula
My Deux Essais
My Cloak Story
Wouters: Carpathian... Pérez: Siete Lunas...
Carrillo: Legado...
Prayer of Erzsébet
Fans of Erzsébet
Art Gallery

Csárdás
Sing to Me Detritus of Mating
My Music
My Home Page
"We Are All Mozart"
Contact Me

 
 

previous | next | home


Carlos D. Pérez
SIETE LUNAS DE SANGRE


chapter 7

Comienza el año 1604. Ferencz Nádasdy ha salido a lidiar con el turco y mientras en Csejthe esperan su retorno el vigía del castillo da la voz de alerta: alguien asciende la empinada ladera fatigando el caballo. Al aproximarse reconocen un haiduco del Señor.

Erzsébet sale al encuentro y de su boca escucha el detalle de lo que ya presumía: cayeron en una emboscada preparada por el sultán, sin tiempo para organizar una defensa y Ferencz Nádasdy fue atravesado por una lanza enemiga. Su vida se apagó sin que supiera de la horrenda matanza. Unos pocos, que lograron salvarse en desesperado desbande y vienen en camino, hurtaron el cuerpo del Señor a la perversa codicia de Amurat.

the companion serpent

El castillo es preparado para el velatorio. En la sala central, innúmeros cirios comienzan a arder formando círculos en torno al ataúd, donde yace el cuerpo ataviado con un traje de gala que oculta el ensañamiento otomano, a la espera de parientes y relaciones de la nobleza que a poco irán llegando, luego de vencer la inclemencia del invierno.

La Condesa ordena que nadie ingrese a la sala fúnebre mientras ella se despide. Vestida de negro y púrpura, la blancura de su tez resplandece. Se acerca al cajón y fijando los ojos en su marido le habla:

"Amado esposo, he querido lo mejor para ti, según la enseñanza largamente impartida por tu madre. Espero haber estado a la altura de tu noble condición. Creo... espero haberte considerado como se debía. En paz descanses, que éste ha sido tu designio, salvaje, ordenado, fiel y guerrero amigo. Nunca tuve tu confidencia, tampoco buscaste la mía, quizá por discreción, respeto o temor. Es momento que lo diga, no habrá otro: Lejanamente comprendí que no pedías lo que encontrabas vedado solicitarme pero te entregué una prole, como se espera de la Señora, y he cuidado con severidad del castillo.

"Bien recuerdo la noche de nuestros esponsales, cuando a solas me dirigiste las preguntas que luego no repetirías, pero que guiaron tu proceder hacia mí: «¿Quién eres? -dijiste-. Extraña y luciente esposa que desde la niñez me fuera encomendada. Niña de mi desvelo, misteriosa mujer dispuesta a ser madre. ¿Eres acaso un mar, tan lejano, indescifrable en su tumulto?» Me estrechaste contra el pecho y sentí despertar tu sexo a un tímido desenfado, no menor que el mío. Pero seguías preguntando: «¿Qué de tu mirar me anonada? No se han quitado de mis pupilas los inabarcables ojos negros de la pequeña que tomó mi mano con la suya, tal vez ignorando que temblaba. Como ahora, amada Erzsébet».

"Yo era eso, Ferencz, dos ojos que oscuramente miraban absortos. Mi cuerpo no existía ni existió hasta mucho después. A pesar de tus manos que anhelando a tientas me arrancaban la ropa, a pesar de tu boca buscadora y de la espina sorda que se clavó en mi entraña. Penetrada te miré y cerraste unos ojos que no volverían a abrirse para los míos. No supiste, o lo sabías muy bien, que ahí esperaban las respuestas para tu inquietud y la mía. Pero lo nuestro fueron aquellas palabras, primeras e irrepetidas, que pronunciaste, y el acto que habríamos de reiterar como esposos, según la fórmula que cumplimos sin violentar.

"Desde entonces fuimos íntimos desconocidos. Tus preguntas perduraron, cruzando en silencio otros comentarios, y mi inquietud halló otro destino.

"Ahora estamos enfrentados nuevamente, mis ojos indagando tu misterio y los tuyos cancelados para siempre. Deja que contemple lo que el pudor vedará a los extraños".

La Condesa quita la espada al rigor mortuorio de las manos y desabrocha la pechera del traje.

"Han forzado un camino que llega al corazón. Sólo esto quiero ver, aquí no aprecio más que este ojo abierto a la muerte. Sé que el brillo que en ti busqué no me estaba dedicado, tenía otra meta. Me complacía preguntarte por las batallas con el sultán, porque entonces aparecía un fulgor que me era esquivo. Pero él y no yo fue tu otro, origen de tu desvelo. Has hallado la muerte entregado a la causa.

"¿Cómo fue, amado Ferencz, el instante en que la lanza contraria te atravesó el pecho? ¿Alcanzaste a fijar tu mirada en la del fiero asesino? Habrá sido como en un sueño, donde los seres que vemos prestan su forma a los sentimientos que creemos ellos causan. He soñado, sin inquietarme, con vampiros y alimañas, allí están para figurar lo que sólo es horroroso si carece de forma. Si te pregunto inútilmente por el momento fatal es para darle consistencia al estupor que teje las formas. Imagino tu sorpresa en la emboscada y el grito de alarma: ¡El sultán, el sultán! Unos salen en desbande, otros quieren cerrar filas y te pones al frente. Aplaudo, llorando, tu valentía enfrentada al invasor de siglos. Excitados por la sorpresa ellos cargan, implacables, las puntas de sus lanzas buscando los pechos, las gargantas. Las cabezas como arietes, el pelo renegrido flameando al viento, las bocas apretando ferozmente los dientes o desencajadas por los gritos, con el estandarte de la luna otomana en lo alto. No hubo tiempo de pensarlo que ya los habían alcanzado; quizá tu espada atravesó alguno, qué más da, porque una lanza abrió esta llaga en tu pecho.

"¿De quién fue el triunfo? ¿De quién la caída? No cerraste los ojos al empuje de la última sangre, la viste derramarse. La certera lanza entreveró tu exaltación desesperada con el ensañado asalto del turco. Irrebatible apoteosis: la vida consagraste a la incontestada espera de ese cruce y el sultán desapareció definitivamente para ti, contigo. Puede él vanagloriarse de la hazaña, la muerte le arrancó del horizonte a su Señor pero seguirás batallando, constante, en su memoria y no dudo que carecerá de otro en tu tamaño. Peleará contra tu sombra. Serás la febril materia de su sueño. ¿Quién ha vencido?

"Descansa en paz. Has ganado la diferencia".


La Condesa llama a Jó Ilona y a Dorkó y les imparte la orden de no abrir las puertas de la sala.

La explanada que rodea el castillo se va llenando de trineos, los asistentes al velatorio son conducidos a sus habitaciones con la indicación que se les avisará del momento en que podrán pasar al recinto mortuorio.

Por la tarde del cinco de enero los violines de los zíngaros, acompañados por instrumentos salidos de las toscas manos de los aldeanos, comienzan a ejecutar melodías que hieren el silencio como un aullido. Se abren las puertas de la sala. La Condesa ha impuesto a la ceremonia el salvaje estilo Bàthory. Las gitanas revolotean sus polleras multicolores danzando el baile de la muerte en torno al féretro y cuando exhaustas no pueden tenerse pie caen, exuberantes manchones, en torno al impasible negro y púrpura de la Condesa, formando una flor de enlutada corola.

Mientras los Nádasdy mantienen el porte reconcentrado los Bàthory -el ánimo encendido por el aguardiente- se suman a la danza. Cuando la reunión es un aquelarre, la Condesa se incorpora. Calla la música un largo momento, hasta que los zíngaros inician la ejecución de la plegaria y la Condesa canta con voz desgarrada:

Ciclos de la luna
de espejo cambiante
reciban la fatiga
de Ferencz Nádasdy.

Costas, mares
llanos y montañas
que supieron su arrojo,
escuchen mi plegaria.

Lobos de corazón frío
aúllen en manadas
por este Conde aguerrido,
carente de madrugada..
Preserven la memoria
escrita con la sangre
del turco derramada.


previous | next | home










Copyright 1999 by Carlos D. Pérez. All rights reserved.