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Carlos Carrillo
LEGADO DE LOS CARPATOS


part 2

Mutación

Era la noche del 27 de octubre. Faltaban escasos días para la Noche de Todos los Santos. Esa noche serían una Trinidad, finalmente se cumpliría la promesa de la Señora. Serían una Trinidad. Pero aún faltaban algunos días y él debía perfeccionarse aún más en las artes de la Señora. Bajó sin prisa las escaleras del sótano cargando un bulto. Apenas se percataba de su movimiento, pues estaba absorto pensando en qué nuevas técnicas le enseñarían esa noche.

Apenas llegó al sótano, dejó el bulto encima de la mesa de billar y sonrió viendo como se movía frenéticamente, tratando de liberarse. Esta escena era familiar. Lo zarandeó un poco, y luego subió al primer piso para dirigirse al baño de visitas. Se observó en el espejo y vio su asombroso parecido con Amanda. Y es que la misma Amanda le había enseñado cómo arreglarse, cómo colocar el maquillaje y las sombras en los ojos. Y con la peluca, ya no existía diferencia alguna entre él y Amanda. El resultado era increíble. Amanda le había enseñado muchas cosas más cuando se quedó encerrado en el Santuario. Cuando esa absoluta oscuridad lo envolvió, con el hedor grabándose en sus pulmones y en su carne, escuchó la voz de Amanda. Luego, sintió su cuerpo, sintió su hálito, sintió que lo tocaba, excitándolo cada vez más. Y él trató de tocarla pero no lo consiguió pues sus dedos tantearon inútilmente en esa completa negrura mientras escuchaba los desgarradores sollozos de los niños. En ese momento, Amanda lo inició en las artes de la Señora.

Siempre escuchaba la voz de Amanda; incluso algunas veces la veía en los espejos, como en ese momento, sonriéndole. Pronto seremos una. Pronto las tres seremos una. Se quitó la peluca, los aretes y se limpió el lápiz de labios. Luego, se lavó la cara. Se vio en el espejo. Amanda ya no estaba en él pero pronto la escucharía y la sentiría, al igual que a la Señora. Sí, la Señora que se había presentado cuando llevó a su primera presa al Santuario. Ella le contó todo sobre la pócima de la belleza eterna, la técnica para absorber el miedo y cómo las grasas humanas servían para la preservación del pensamiento. También le contó sobre la Trinidad. Y él aprendió muy bien la lección.

Bajó al sótano. Las obras de Giovanna lo acompañaban mientras bajaba por la escalera. Pensó en ella. No entendía por qué había renunciado a formar parte de la Unidad. Fue muy estúpido de su parte haberse suicidado bañada en la sangre de la presa de la noche anterior, tratando de perjudicar a Amanda y a la Señora. Pero no lo logró. Ahora ya no existían ni sus paranoicas anotaciones, ni la colección de recortes, ni los torpes dibujos de Amanda. Todo había sido devorado por el fuego, tal como lo sugirió la misma Amanda.

El bulto aún se movía en la verde superficie de la mesa de billar. Sonrió al verlo y pasó su mano, acariciándolo. Se quitó los zapatos de tacón alto; luego, el chaleco, la blusa y la falda-pantalón cayeron al piso, quedando desnudo. Se acercó al bulto y liberó a su prisionera. Vio a la niña, estaba, de verdad, apetecible. Ella también lo vio y las lágrimas brotaron de sus graciosos ojos verdes. Se acercó a la niña y acarició su carita llena de pecas, su cabello castaño claro. No haga cosas malas, señor. No le haga cosas malas. Claro que las haré, niña, claro que le haré cosas malas a esta mocosa. Pronto las tres seremos una. ¿No lo sabías? Pronto seremos una Trinidad. En la Noche de Todos los Santos, las tres seremos una. ¿Acaso no lo sabías? Violentamente, le arrancó el polo azul y las mallas negras. Ella trataba de gritar, pero la mordaza lo impedía. Acarició su tersa espalda, metió una mano entre sus nalgas y una sonrisa torva afloró en su rostro. Terminó de desnudarla, la cargó sobre sus hombros y se dirigió al escudo de la Señora. Movió el tercer colmillo y abrió la puerta del Santuario. Los sollozos de los niños estallaron, pero ya no le incomodaban. Prendió las escasas luces y entró en esa reconfortante semipenumbra. Inmediatamente se dirigió hacia un rincón oscuro del Santuario. Antes de rendirle culto a la Señora, le estaba permitido divertirse.


Originally published in "Para tenerlos bajo llave" by Carlos Carrillo
Copyright 1994 by Carlos Carrillo. All rights reserved
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